La belleza de existir

Hermoso origami de Román Díaz

Hay un pájaro bastante feo, con un graznido muy desagradable que cruza mi jardín con un andar como de Lilyán sufriendo de espolones por la mañana. Lo miro a través de la ventana, se pasea plácido, como recorriendo territorio propio, toma con su pico algo que no alcanzo a distinguir, podría ser un pedazo de galleta dejado por Renato en su incansable recorrido de ida y vuelta a mi escritorio, o un gusanito incauto que encontró su destino. Camina frente a mi y, pese a su fealdad, me embelesa. Me embelesa su mera existencia, la vida que le palpita dentro, la autonomía de ese ser tan pequeñito, inconciente de su poco atractivo, desplazándose con torpe majestuosidad.  Entonces, repentinamente, extiende sus alas y emprende el vuelo como si adivinara mis pensamientos y quisiera sorprenderme con su acto increíble de ascención. Y entonces sí, se me cae la quijada. ¡Qué ser tan perfecto! Y justo aquí, iluminándome el día con su pardo plumaje y su canto que hace rechinar los oídos. ¡Cuánta belleza hay en cada ser, aunque no pueda verse en el primer golpe de vista! Así es con cada uno de nosotros, y con cada situación que vivimos, tan sólo por ser parte de estar vivos.