sábado, 12 de diciembre de 2009

Ahora entiendo


"El malecón" del pintor jarocho Rómulo Ramos Herrera


Esto de que "me caigan los veintes" va volviéndose más frecuente conforme avanzo en la vida. Sí, suena lógico. Y sin embargo, me asombra cotidianamente.



Ultimamente tengo muchas ganas de estar en paz. Quiero hacer las paces con todo el mundo, empezando por mi (¡cosa nada sencilla!). Me dan ganas de no estar enojada con nadie, de no deberle nada a nadie, ni sentir que nadie me debe a mi. Tengo deseos de hacer todas las tareas pendientes, de tener mi casa, mi corazón, mi mente, mi vida en orden, al día, en el punto de equilibrio. Se sienten como impulsos vitales, indispensables, inaplazables, abrumadoramente urgentes. Y tan sólo tenerlos, paradójicamente, me tranquiliza.



Esta tarde, mientras miraba el mar en el malecón jarocho, tras haber saboreado un rico café lechero en La Parroquia, escuchando la voz grave y cansada del señor que tocaba el arpa a mi lado, y cantaba Farolito, Morenita mía, Un sueño de tantos y hasta La bamba, mirando los pelícanos como la última vez que los miré de cerca, bailándome el pulso al ritmo de las fuentes danzantes, tuve la sensación de estar mirando la vida pasar frente a mis ojos, en escenas conocidas, repetidas y al mismo tiempo novedosas. Pasó frente a nosotros el vendedor de rehiletes girando a toda velocidad al contacto de la brisa fresca. El vendedor de "trompos de rayo láser" hipnotizaba a los niños, la estatua viviente cavaba una tumba inexistente con su enorme pala sobre la banqueta, el pintor a gises de colores retocaba la expresión serena de la Guadalupana dando con ello el toque final a un trabajo de 15 horas, los buques cargueros, con sus contenedores multicolores arribaban parsimoniosos al muelle, y el Faro de Venustiano Carranza vigilaba silencioso los antiguos cañones ya sin balas.

Tuve ganas de que el tiempo se detuviera. Ahí, con mi hija jugando entre las olas marinas y las de mis emociones, sentí una paz del tamaño de la inmensidad acuosa que se mecía sin piedad frente a mis ojos. Fueron unos instantes... el tipo de instantes que suceden inesperadamente, en los que de pronto, en el bullicio se hace el silencio, en el movimiento la quietud, en el desazón la paz.



Son esos momentos agradecibles, atesorables, insondables en su peso inesperado, en los que dan ganas de dar gracias porque, ahí está de nuevo, un veinte cayendo...

2 comentarios:

  1. Lilyán, nunca es tarde para reconciliarnos con nosotros mismos, disfrutar cada momento de nuestra vida, aún enojados, aún con sentimientos encontrados.

    Disfruta el mar, disfruta a los hijos, y disfruta tu vida, esa que cada día te enseña cosas nuevas de ti.

    Un abrazo, gracias por regresar al barrio.

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  2. Que chilo que hayas ido a Veracruz...me encanta veracruz solo veracruz es bello dicen??

    Que lindas gentes los jarochos igual...

    Saludos, q bien que te paseas por alla...

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