domingo, 28 de febrero de 2010

Diez años aprendiendo

Hay tantas cosas en las que creo profundamente y que he ido perdiendo con los años... que de pensarlo se me oprime el corazón. Creo fervientemente que entre las cosas más importantes de conservar en el mundo, está la familia que formas con la persona que eliges para compartir el gozo y el reto de ser padres; creo que la amistad es otro de los tesoros más preciados que se pueden tener; creo, ahora más que nunca, que la salud del cuerpo y de las emociones son dones efímeros y de un valor incalculabe; creo que la paz del corazón y de la mente es la aspiración más sabia que podemos tener.

Todos estos son de los valores más preciados de mi vida. Y todos lo he perdido o lastimado a lo largo de los últimos diez años de mi vida. La década de los 30 a los 40 fue una de grandes tropiezos y, por fortuna, también de enormes aprendizajes.

Perdí a mi familia, al menos en la forma en que la añoraba tener desde que era niña; perdí amistades invaluables por malas decisiones personales; perdí la salud de mi cuerpo justo cuando comenzaba a prestarle atención y a ponerlo en marcha (aunque no quiero que esto suene trágico, sé que la lesión en mis pies tampoco es irreversible); perdí la estabilidad emocional, o tal vez sea más exacto decir que nunca logré conquistarla hasta ahora. ¡Vaya década!

A su favor puedo decir que también tuve grandes ganancias: las pérdidas dejan lecciones de vida que le dan sentido a todo. Y sí, sin duda, he aprendido mucho últimamente.

Aprendí que para experimentar amor, basta con amar, que el sentirse amado llega como una simple y natural consecuencia; lo aprendí y ahora trato de recordarlo en cada instante de presencia de mis hijos -una bendición cuyo alcance apenas comienzo a comprender. 

Aprendí que la amistad verdadera se sobrepone a pruebas que parecen absolutamente irremontables, como lo hace también el amor verdadero. En esto, mi corazón está pleno de gratitud por las amistades recobradas y los nuevos amigos del alma, gran regalo de la vida.

Aprendí que mantener la salud es un trabajo diario, y que nunca es tarde para hacerlo. Cada ínfimo momento de vida tiene el potencial de ser más pleno. 

Aprendí que la paz del corazón y de la mente están mucho más cerca de lo que hubiera podido imaginar, que se trata simplemente de aprender a mirar en otra dirección: hacia adentro. Aprendí que ser feliz es una decisión personal que se renueva con cada parpadeo... comienzo a practicarlo con la torpeza propia de un niño pequeño... y cada vez que logro dar un paso, así sea chiquitito, siento la vibración de la vida como música perfecta en cada poro.

También aprendí otra cosa de suma importancia: aprendí que aferrarse, incluso a lo más sublime, es completamente inútil. Todo pasa, todo cambia, todo se transforma. No soy ninguna experta en lo contrario, pero últimamente hago pininos de soltar, y la sensación es gratamente inesperada: no siento que me caigo en el vacío, sino que vuelo.

1 comentario:

  1. Creo que eres una mujer sumamente valiente ypara los retos que te presenta la vida has logrado salir adelante...la verdad no considero ser ni tan fuerte ni tan valiente, pero leerte trata en mi de hacer un estimulo para moverme....

    Eso es todo...

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