viernes, 3 de septiembre de 2010

El viaje de vivir

David Kunst dio la vuelta al mundo en un poquito más de 4 años. Su recorrido, salvo los cruces del océano para los que voló o tomó un barco, lo hizo caminando a paso firme. Utilizó 21 pares de zapatos y dio más de 20 millones de pasos.

Asumiendo 18 años de preparación emocional, psicológica y física antes de comenzar a caminar con un propósito claro (darle la vuelta al mundo), a los 40 podríamos haber recorrido la circunferencia del planeta Tierra unas 5 veces. En cuatro décadas se recorre un largo camino. Por tanto, uno pensaría, es un buen período de tiempo para aprender alguna que otra cosa.

Yo tengo 41, y considero que he aprendido más de una lección importante en la vida. Una de ellas es que la vida está llena, irremediablemente, de sorpresas, si me dejo sorprender.

Lo que daba por sentado, se desvanece. Lo que parecía imposible, sucede. Lo que anhelo de verdad -aunque parezca lejano-, se materializa. Aquello que no quiero y de lo que huyo, se presenta. Mis miedos no desaparecen hasta que los enfrento y los supero. Mis triunfos no son permanentes. La tristeza tampoco. Todo, pues, es impermanente: lo bueno, lo malo, lo bonito y lo feo. Y en ese sentido, si es blanco, negro o gris es irrelevante. Lo importante es recordar que es frugal. Así que, trato de recordarme todo el tiempo que más vale gozar de cada paso, porque -volviendo a nuestra vuelta al mundo-, en esta caminata, cada zancada quedará atrás en menos de lo que esperamos.

Vivir el presente, el instante, cada parpadeo y aliento, con plena conciencia y en paz, es el reto de siempre. Parecería paradójico, porque suena a permanente. Pero también cambia.

A mi me cuesta mucho trabajo. Es cierto que no he dejado de caminar todo este tiempo, pero me doy cuenta de que lo he hecho sin estar presente. Mirando al pasado, añorándolo, queriendo cambiarlo. O mirando al futuro, esperando que sea de tal o cual manera, queriendo que corra el tiempo. Con ello, me he perdido de miles de paisajes, he caído en baches que podría haber evitado, he pasado por lugares paradisíacos sin notarlo, he dejado ir presencias maravillosas de mi vida. De pronto pienso que es como no haber vivido, o como haber vivido apenas un porcentaje pequeño de mi vida.

Hace poco leía, en "El Maestro y las Magas", una lección que aprendió Alejandro Jodorowski de su maestro zen mientras pasaba por un duelo terrible por la pérdida de su hijo y fue a buscarlo deprimido: "Comprendí que la vida continuaba, que debía aceptar el dolor, no luchar contra él ni buscar consuelo. Cuando comes, comes; cuando duermes, duermes; cuando duele, duele."

Y es una lección fuerte. Porque implica estar presente también en el dolor, en la obscuridad, en el frío... vivirlos tan intensamente como el gozo, la luminosidad o la tibieza de la piel. Supongo que eso es vivir intensamente, fluyendo, sin resistencia a la aventura que es pasar por este mundo. Caminando, corriendo, en autobús, en tren o en moto... ¡es lo de menos!

Tal vez no hayamos recorrido el planeta Tierra, pero hemos recorrido muchos mundos: los de todo nuestro pasado, los de todos nuestros posibles futuros.... tal vez vaya siendo hora de recorrer el propio. El mundo propio, el interno, el único que existe: nuestro instante presente, con plena conciencia. La oportunidad es ésta, este momento, este lugar, ¡ahora!

Y sí, a veces duele.

1 comentario:

  1. Amigaaaaa que rico es ser alimentada por tus palabras!!!... y si cuando duele, duele; mas tambien cuando nos hace vibrar la vida nos hace vibrar!!!!
    ELba

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