jueves, 26 de junio de 2008

Centenario del natalicio de Salvador Allende


Este gran líder fue una de las semillas de los sueños utópicos que todavía nos tocaron a los que vivimos en este barrio. Aquí, un humilde homenaje a este hombre tan cercano a México, que escribí hace algunos años, en un intento por unirme a la conmemoración del Centenario del natalicio de Salvador Allende, de la Fundación que lleva su nombre.


El enemigo que no fue 
Lilyán de la Vega

 No es el olor y la sensación pegagosa, no son los calambres en mi vientre, ni el dolor de cabeza y las ganas de golpear a quien se atreva siquiera a mirarme… es la humillación. ¿Por qué carajos tengo que ser mujer justo ahora?, ¿por qué no puedo librarme del maravilloso don de dar vida en estos momentos?

Por otro lado me da una ventaja esto de estar tan apestosa –tan hedionda, como dicen ellos-. Al menos así no se me acercan, o lo hacen por menos tiempo. Es increíble como yo he dejado de percibirlo… Aquí, en la obscuridad, sentada con la espalda y las rodillas tocando la pared, sobre un suelo húmedo ya no se ni de qué, emerjo apenas por momentos de mi sopor… ¡A saber lo que me meten! Al principio me aterraba, me daba miedo pensar que me podía traicionar a mi misma, hablar. Pero la impotencia, la injusticia, me dan la fuerza necesaria para callar. Para ellos seré sólo olvido… Me ayuda escaparme del presente e imaginar que estoy lejos en el tiempo, la represión quedó atrás y hemos hecho justicia. Entonces sí que recordamos este hoyo negro en el que estamos sumergidos, ¿quién podría olvidarlo?, pero ya lo trascendimos…

Mis brazos huesudos apenas amortiguan el golpeteo insistente de mi cabeza sobre el muro. Sabe a cal. A veces me entretengo probándolo mientras mi mente se instala en la nada. ¿Será esta nada de la que hablan los meditadores? La sangre me escurre por la entrepierna. Siento la gota espesa haciendo un recorrido largo, lento y decidido hacia la negrura del piso, allá-aquí, donde no logro ver, donde soy sólo sangre, excremento, orina; como si ese rastro de vida tuviese la esperanza de escapar por el abismo de todas las inmundicias. Mis pies tampoco sienten ya las grietas infectadas que los surcan. Yo ya no siento, tal vez ya no soy… excepto en estos días que me recuerdan qué sí soy… y en que me regocija comprobar que sus asquerosos intentos por hacerme procrear al hijo del enemigo, fracasaron otra vez.

El enemigo que no fue se va paralizando, detiene su marcha, se seca, se apelmaza y eventualmente desaparecerá… igual que el dictador.

Se acercan los pasos, el golpe de la puerta me aturde el pensamiento, la luz me ciega: pero él no avanza. “Huele, aquí sigue la fiera que sangra”, le digo. Aunque sé que no escucha mi débil susurro, lo que lo detiene son las garras de mi hedor.

El 11 de septiembre de 1973 el Gobierno de Salvador Allende fue derrocado, y con él los sueños de miles de chilenos que lucharon junto por una patria más democrática. Chile pasó por una dictadura de 17 años con un saldo de 3,000 víctimas, de los cuales 1,192 están catalogados como desaparecidos. Algunos de los sobrevivientes han dado testimonio del trato inhumano que recibieron tan sólo por sus ideas políticas. Cientos de activistas siguen luchando por recuperar a sus familiares o al menos sus cadáveres. Siguen encontrándose fosas comunes que atestiguan lo que los militares han negado durante treinta y cinco años: el genocidio más conocido de entre los perpetrados por todos los regímenes dictatoriales de América Latina durante el siglo XX.

 

 

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