miércoles, 18 de junio de 2008

De nuevo la soledad


Como ven es un tema que me inquieta... y vuelvo a él. Aquí les comparto un texto que escribí inicialmente para presentar como parte de un anteproyecto de investigación de maestría. Finalmente, ya no lo incluí en la propuesta -porque no tenía las características necesarias para presentarse como un proyecto de investigación-. Pero lo vuelvo a leer y le encuentro mucho sentido.  De manera que aquí lo publico, esperando que genere una reflexión constructiva -especialmente entre las mujeres que le tememos a la soledad, pero ¿por qué no? También entre los hombres que tengan la curiosidad de leerlo. (Y que conste que lo escribo en primera persona del plural... o sea, me incluyo).

La soledad, condición inherente al ser humano, tiene mala fama. Se le ha confundido con la desolación y hemos perdido de vista su valor. La soledad se ve como fracaso, como castigo y se vive con vergüenza.[1] En el caso de las mujeres esto es mucho más evidente. Los hombres son educados para ser líderes, jefes de familia, exitosos proveedores, independientes. Ese camino los enfrenta muchas veces a ese estadío –el de la soledad-, que muchos de ellos aprenden a conquistar –y quienes no, se ven obligados a aparentarlo-. Mientras que a las mujeres nos educan temiéndole a la soledad; peor aún, a la soledad de hombre, que es lo que significa en el imaginario femenino esta palabra. Para muchas mujeres, la soledad  es carencia del respaldo, el amor y la aprobación de un hombre en su vida.

 

Todo nos indica que esa es la realidad: los cuentos de hadas que escuchamos desde niñas nos enseñan que las mujeres buenas terminan “ganádose” al príncipe, quien las desposa para vivir felices para siempre; las novelas de amor de nuestra juventud, ya sean las de revista femenina o las de autores clásicos, nos presentan heroínas cuyo único acto heroico “se encuentra en su amor o su entrega a un hombre”[2]; las omnipresentes telenovelas muestran un panorama aún más desalentador porque enfatizan el caracter sufrido de las buenas mujeres: suelen ser ingénuas –o francamente tontas-, capaces de perdonarlo todo y sin una pizca de amor propio, en nombre del amor por el otro; y hasta en las películas más contemporáneas, las heroínas modernas, valientes y autónomas se quiebran cuando son abandonadas por sus hombres, y sólo conciben un final feliz si la historia termina en boda.[3]

 

La soledad es inevitable: no estamos solas, somos solas. Cuando nacemos y durante casi todo el primer año de vida, no logramos diferenciarnos de nuestra madre; pero tan pronto descubrimos que no somos lo mismo, y tras vivir la angustia de la separación, luchamos por conquistar nuestra independencia. Aprendemos a gatear y a caminar para alejarnos, por nuestra cuenta, a explorar el mundo. ¿Qué nos sucede en el camino que, de pronto, no podemos asumirnos como seres individuales e independientes?

 

La educación formal y la que mamamos del entorno –el sistema patriarcal en que vivimos, en última instancia-- construyen mujeres dependientes. Sea que se trate de una dependencia evidente y palpable, o de una dependencia de facto determinada por la cultura patriarcal en qe vivimos, las mujeres existimos en función de los hombres. Crecemos convencidas de que necesitamos el respaldo del padre, del esposo, del hijo, para ser.

 

¿Qué arquetipos femeninos necesitamos para conquistar nuestra verdadera autonomía emocional?, ¿cómo aprender y, sobre todo, enseñar a nuestras hijas a apreciar por sobre todas las cosas la compañía propia?, ¿cómo construir esos nuevos arquetipos y encontrar a una heroína como aquellas de las que habla Paulina Rivero, que tanta falta hace en cada una de nosotras? (En su libro “Se busca heroína” Paulina Rivero nos hace reflexionar sobre cómo la gran mayoría de las heroínas en la literatura lo son sólo porque aman con locura a un hombre, al grado de sacrificar su vida –ya sea literalmente, como cuando se suicidan por él, o figurativamente, cuando toda su vida gira en torno a él, por encima de su propio bienestar o crecimiento).

 

¿Quién es esa heroína? Desde mi punto de vista cualquiera de nosotras puede aspirar a ser una heroína ejemplar, que inspire a sus otras cercanas –sus hermanas, amigas, vecinas, copañeras de trabajo, o mujeres que la miren desde lejos- a vivir vidas más autónomas, más llenas de sentido por el mero hecho de existir, más seguras de tomar decisiones buenas para su vida, incluso si éstas implican quedarnos “solas”; “solas de hombre”, pero también solas de insatisfacción, de opresión, de violencia. Acompañadas por nosotras mismas, por nuestra autonomía, nuestro orgullo de salir adelante por nuestra cuenta, nuestra seguridad, nuestra dignidad, nuestro amor propio.

 

Solas como una conquista de nuestro ser más sabio y poderoso, solas y llenas de integridad en el sentido amplio de la palabra (seres íntegros, completos). Listas para tomar decisiones que nos acerquen cada vez más a nuestra propia definición de felicidad. Ese estado en el que somos auténticas, en el que somos lo que siempre hemos querido, con la libertad para elegir el tipo de compañía que queremos para la vida, sea ésta una relación de pareja o no, siempre con una constante irrevocable: nuestra propia compañía.

 

Solas como en el “yo sola” de la niña que fuimos cuando soltarnos de la mano de alguien para caminar tambaleantes era un reto que nos emocionaba, “solas” de tal manera, que terminemos por sentir la soledad como un derecho a conquistar, y no como una maldición de la que hay que huir.

 

Y esto es especialmente importante porque las mujeres somos sólo una parte de la humanidad. El todo está conformado por ellas y ellos. La labor de conquistar la soledad, no como un estado civil o social, sino parafraseando a Ma. Antonieta Barragán Lomelí, como una actitud –positiva, por cierto-, nos permite abrir un horizonte nuevo de mejor convivencia humana. Porque como dice también Barragán: “cada situación o elección de soledad en la mujer tiene como contraparte la otra soledad: la del hombre.” [4]



[1] Falk Florence, Yo sola, Grupo Editorial Norma, Bogotá: 2008, p. 28

[2] Rivero Weber, Paulina. Se busca heroína: reflexiones sobre la heroicidad femenina, Editorial Itaca, D.F.: 2007, p. 69

[3] Pienso en la protagonista de Sex and the City. ¿Podríamos imaginarnos mujeres más liberadas y autónomas que las cuatro neoyorquinas con aires de feminista que nos muestra esta película? Y sin embargo, para todas ellas, la soledad –la soledad de un hombre- es una maldición de la que hay que escapar.

 [4] Barragán Lomelí, Ma. Antonieta. Soltería: elección o circunstancia. Grupo Editorial Norma. Ciudad de México: 2003, p. xviii.

3 comentarios:

  1. Me gusta prima. Es una reflexión muy profunda. Justo cuando lo leo, escribo con una amiga que veo entre tus palabras: harta y angustiada en la soledad. Todo un dilema ético.
    Que bueno que escribes. Y que sabroso que escribes también! Se antoja...
    un abrazo

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  2. Por cierto: un blog que a lo mejor puede interesarte....
    http://blogs.eluniversal.com.mx/untranvia/

    D

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  3. Gracias por leerme primo, ¡y por comentar! Es un aliciente saber que uno no le escribe al aire, y que las reflexiones, efectivamente, pueden ser espejo para otros, que a su vez se vuelven espejos para mí... Como esos baños de hotel de los ochentas que tenían espejos encontrados y te veías reflejado infinitas veces.

    Un abrazo... ahora checo el blog que me recomiendas.

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