martes, 19 de agosto de 2008

Anillo de compromiso

Pintura de Andrés Vieitez (www.andresvieitez.blogspot.com)
En diferentes momentos y bajo distintas circunstancias, tanto mi esposo como yo hemos perdido (de manera literal y metafórica) nuestros respectivos anillos de matrimonio. Yo cumplí ya un año con el anular izquierdo "desnudo". Y lo he sentido como si estuviera huérfano. Tal vez es una exageración o un azote de mi parte, pero la verdad es que el símbolo me era importante.

Y bueno, en una demostración de evidente pasividad, no había hecho nada al respecto. Digo, si tan desnudo sentía el dedito, bien podría haberlo abrigado con algún otro anillo que sustituyera a la argolla de platino que durante 14 años había portado. Pero esa no me parecía una posibilidad, vaya, ni siquiera me la planteaba. "Los anillos de compromiso y de matrimonio uno los recibe, no se los compra sola." Eso rezaba mi cantaleta mental, toda una creencia limitante, ahora me doy cuenta.

Sí, es cierto. Nada sustituye a nada. Mi anillo de compromiso (con el brillante perdido hace varios años y bien guardado en un joyerito personal), y mi alianza de matrimonio son objetos que, más allá de su valor monetario, tienen un valor sentimental y una historia propia. En mi mundo de significados, el regalo de un anillo de matrimonio es una promesa de amor a largo plazo que me es entregada en una pieza que adorna mi mano. (Sé que en la historia de la humanidad, el anillo de matrimonio ha sido un símbolo patriarcal de propiedad sobre la mujer. Pero esa es otra historia que engrosa las filas de mis incongruencias y contradicciones). Así que, por más independiente que quisiera verme a mi misma, el que yo me comprara un anillo a mi gusto para no sentirme "desanillada" no era una promesa que nadie me estuviera dando. Y, para desmayo de mi "yo-feminista", ahí estaba el verdadero "quid" del asunto: De lo que estaba necesitada no era de un anillo en mi anular izquierdo, sino de una promesa hecha a mi corazón destanteado.

En cualquier caso, algo totalmente ajeno a los asuntos de novela rosa, me hizo realizar una compra de impulso que se convirtió en un gesto muy significativo para mi vida interior. Como compartí en este blog hace algunos días, este mes marcó para mi el inicio de la valentía profesional. Tras cuatro años gozando del privilegio de trabajar en el negocio familiar, con toda la flexibilidad que conlleva que tu jefe sea tu papá consentidor, tomé la decisión de -finalmente- abrir mis alas y volar con ellas -cuan largas o cortas fueran-. Me lancé al vacío del mundo editorial, y estoy dedicada de tiempo completo a éste como mi única actividad productiva. 

La decisión me llenó de euforia. Surgió de una visualización que hice guiada en una sesión de Coaching personal, para tratar de imaginar mi vida ideal. El ejercicio no me era del todo novedoso. Ya hace unos diez años había hecho un taller sobre vocación de vida que me reveló que lo único que verdaderamente quería hacer para vivir era escribir. Lo que fue novedoso fue contactar de verdad con la sensación "soy-escritora". Prometo dedicarle una entrada completa a la experiencia, pero por ahora baste decir que ese día, sentada sobre la alfombra de mi estudio a ojos cerrados y en medio de un silencio urbano -ese tipo de silencio acompañado del ruido perenne de las calles y los aires circundantes-, sentí con toda la fuerza de la convicción, que éste era el momento, que estaba lista, que me había llegado la valentía y la urgencia de dedicar todas las horas productivas de mi día a escribir. Supe también que esta decisión implicaría una considerable reducción de mis ingresos, y que eso estaba bien por ahora, que no sería permanente. Y me lancé, sin miramientos y en un estado exaltado, a la incertidumbre con la misma emoción con que un día me lancé desde un avión en paracaídas.

Pocas semanas después recibí el depósito de la última quincena trabajada como administradora-del-negocio-familiar. Y me fui derechito, por si acaso no volvía a recibir otro ingreso seguro en muchos meses, a comprar un anillo del que estaba enamorada hacía como un mes. Es un anillo hermoso, brillante y femenino, del color de la luna llena. Su base delgada se va ensanchando y abraza mi dedo medio como una diadema gruesa y maciza. La plata que lo conforma es suave y tiene un acabado liso que le da una apariencia delicada. Su superficie está decorada con símbolos que me hablan al alma: amor, femineidad, vida, alegría. Me parece absolutamente perfecto. 

Cuando salí de la tienda, admirándolo en mi mano izquierda, me sentía tan orgullosa como cuando hace muchos años utilizaba concienzudamente esa misma mano para todo lo posible, en un afán de lucir mi anillo de compromiso -o tal vez sea más exacto decir mi compromiso a secas- tan brillante y bonito. 

Y entonces caí en cuenta: éste era mi nuevo anillo de compromiso. Mi nuevo compromiso. Era un regalo de mí, para mí. Un compromiso conmigo misma, de seguir a mi corazón que, en este caso me estaba llevando a seguir mi vocación. Una promesa de amor a largo plazo para mi misma. ¿Qué mejor promesa de amor puedo tener que ésta? ¿Quién puede ser más amorosa, más constante, más fiel, más generosa con su corazón conmigo, que yo misma? Este es el compromiso más importante de mi vida, y me siento realmente feliz de haberme convencido de casarme conmigo. Creo firmemente que esto me permitirá reencontrarme con la mejor versión de Lilyán. Y ¡ya la quiero compartir!

Me amo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

www.loscuarentaysusalrededores.blogspot.com's Fan Box

¡Ayúdanos a llegar a la meta de El Semillón!

¡Ayúdanos a llegar a la meta de El Semillón!
Apoya a otras mujeres con sus proyectos: conviértete en donante de Semillas.