viernes, 5 de septiembre de 2008

Tristeza alegre

"Tras la insipidez de nuestra amnesia colectiva, 

se oculta un abigarrado paisaje de mujeres extraordinarias, 

algunas admirables, otras infames. Todas ellas  tienen en

común  una traición, una huída, una conquista:  traicionaron

 las expectativas que la sociedad depositaba en ellas,  huyeron

 de sus limitados destinos femeninos, conquistaron la 

libertad personal."(1) 

¿Has sentido algunavez una tristeza alegre? Este que yo tengo hoy, es un sentimiento raro. De esos que confunden y que aclaran, que parecen una pausa y que, en realidad son un arranque, un inicio, una transición.

Tengo ya algunos meses con una intensa actividad interna, una búsqueda parecida a las expediciones desafiantes de Indiana Jones buscando tesoros que intuye, pero que no tiene forma de saber a ciencia cierta si en verdad existen. En mi caso  no es un arca perdida lo que persigue mi espíritu siempre inquieto. En realidad se trata de una búsqueda mucho menos original, pero de un tesoro más valioso y brillante: mi voz genuina, mi esencia, mi yo perdido en la vorágine del miedo, mi yo sabio empañado por la inseguridad, mi yo valeroso, auténtico, íntegro, congruente.

En estos días he sentido que mis pasos se acercan decididamente a la cruz marcada en el mapa, ya maltrecho de tanto darle vueltas buscando el norte. Mala estrategia, lo sé. El norte no se busca en el mapa, sino en la brújula. Pero es que como no tenía clara mi dirección, confundía al mapa con la brújula, y al norte con mi dirección. Un poco complejo de explicar.

Lo bueno es que mi panorama va aclarándose... y con ello, curiosamente, el día se me puso un poco gris. Y es que darte cuenta de que lo que ha sido tuyo por mucho tiempo, lo que te ha permitido navegar por las aguas de toda una vida ya no sirve más, es doloroso. Por mucho daño que te haga, siempre cuesta despedirse de lo familiar, incluídos los hábitos arraigados, las creencias limitantes, las dependencias de todo tipo, los miedos y todas las costumbres, hasta las más dañinas. Y hoy, tengo conciencia de que estoy despidiéndome de mucho al mismo tiempo.

La parte alegre de esta tristeza, es que no es una tristeza autodestructiva, sino todo lo contrario. Genera dentro de mi una energía creativa, renovadora, valiente y llena de esperanza. Tal vez esta vez, si haya encontrado el tesoro perdido. Tal vez esta vez si esté lista para la plenitud.

Hoy tengo una tristeza abrumadora, y una alegría discreta. Creo que terminó la búsqueda; creo que me encontré de frente y por sorpresa conmigo misma, creo que me gustó lo que vi: una mujer de 39, aprendiendo por fin a caminar sin sus muletas, dolorosamente como suele suceder cuando las articulaciones están aún oxidadas. Una mujer que está desplegando sus alas entumidas por el tiempo que pasaron encerradas en su zona de comfort; está descubriendo apenas qué extensión tienen, y hasta dónde la pueden llevar. Tiene todavía restos de miedo metidos entre las plumas y enredados en su cabello, pero conforme las abre y las extiende, se los va sacudiendo junto con el polvo acumulado con los años.

Me enfrento a un nuevo abismo, el de asumir la sabia frase que dice que la vida es individual. Nadie puede caminarla por mi. Y no puedo caminarla acompañada. Los encuentros con otros transeúntes que coinciden en el tiempo y el espacio, son fortuitos. A veces los caminos son paralelos por largo tiempo; otras se cruzan apenas un instante para no volver a encontrarse; pero en todos los casos, cada uno tiene su propio camino, aunque la bruma que llena la mente con miedos y confusión nos haga ver espejismos. Mi abismo, el de mi soledad, está ahí enfrente. Esta vez me llama con la fuerza de un imán. Esta vez saltaré con menos miedo. Ya no me importa si se abre o no el paracaídas... esta vez, llevo mis propias alas.

(1) Rosa Montero, Historias de mujeres, Ed. Alfaguara, Madrid: 2002, p. 28.

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