lunes, 6 de octubre de 2008

Como una casa frente al mar


Foto de la película Noches de Tormenta

Todavía no he visto Noches de Tormenta, la última película en cartelera del guapísimo de Richard Gere... pero sí vi los cortos el otro día... y ¡no quiero perdérmela! Por dos razones: primero porque me encantan las películas que cuentan historias de amor -no puedo ocultar, ni quiero, mi naturaleza cursi. Además, porque las imágenes de esta casa vieja, literalmente frente al mar, me evocaron una metáfora inquietante, que aquí comparto.

Es una casa bonita, en un lugar que parece "de película", a la orilla del mar -sueño de cualquier par de enamorados-, algo vieja, sí, y al parecer con adaptaciones que se le han ido haciendo de acuerdo a las necesidades de quienes la han habitado; un poco parchada, pues. Pero dentro de todo, funcional. Alberga a más de un corazón entre sus paredes, los protege del mal tiempo -pese a que con seguridad tiene goteras, paredes húmedas y filtración del aire helado de la noche-, sigue siendo un lugar cómodo para admirar desde ahí el paisaje marino, especialmente cuando el crepúsculo es multicolor y la brisa sopla con suavidad. Ahora que, cuando le cae encima la tormenta, se siente con más claridad lo desvencijado de la construcción. Seguro cruje la madera, se azotan las ventanas que no cierran herméticas, se debe sentir frío, mucho, y quizás haya momentos en que parezca que el techo saldrá volando dejando a todos a la intemperie, vulnerables, empapados y lastimados por los golpes de todo lo que tienen ahí guardado, que saldrá disparado por los aires mientras el mar en furia sigue socavando el terreno arenoso sobre el que está construida.

Pero ¿cómo podría ser de otra forma? Si yo quiero una casa que, además de tener una linda apariencia y una vista al mar que saque suspiros, resista el paso de los años fuerte y hermosa, sería muy conveniente construirla sobre terreno más firme, menos riesgoso. No tan a la orilla de las tormentas, sino más tierra adentro, más protegida.

Por otro lado está la arena. La arena tiene una textura deliciosa, y es ¡tan bonita! Además se pueden hacer castillos o jugar a enterrarse en ella. Pero no tiene la característica de ser firme... se le cuela el agua, se disuelve a la menor provocación, no sirve para los cimientos ¡vaya! A diferencia del terreno firme, menos atractivo y soñador, pero con la posibilidad de contener las estructuras necesarias para sostener una construcción, que no se caerá con tanta facilidad.

Yo creo que así es la vida, las relaciones de pareja y también la construcción individual. A mí me gusta el mar... y me hace sentir temeraria ¡pero también aterrada! Cuando lo veo a lo lejos lo único que quiero es correr a toda velocidad, sacarme los zapatos en el camino sin detenerme un instante, y si se puede también los pantalones, para llegar lo más rápido posible hasta su orilla, y saltarle las olas para adentrarme en él de un chapuzón que me convierta en sirena coronada de espuma. 

Pero la realidad es que cuando llego a la orilla y mis dedos tocan la espuma helada... me detengo en seco. Escucho su voz grave y su canto profundo, miro la doble altura de sus brazos ola erguidos ante mi, ¡y pienso dos veces antes de convertirme en sirena! Eso me sucede más conforme pasan los años... Creo que cuando era niña no era tan frecuente. Mi vocación marina era más fuerte, mi temeridad mucho más colorida. Hoy, a veces lo logro. Especialmente cuando el sol ha calentado ya mi piel a tal grado que el contacto con el agua fresca es placentero. Pero otras veces no lo logro. Me detengo ahí, al borde del mar, siento su sal, huelo su brisa, me dejo envolver por su estruendo apasionado de mar picado... y el viento que despeina mi cabeza y mis pensamientos, me susurra al oído: ten cordura. Así que permanezco ahí, en el filo entre la arena en que se hunden mis pies inquietos, y el agua azul e invitante del mar que me enamora. Y disfruto. Gozo la caricia del vacío, el vértigo de acantilado en una playa con tormenta que amenaza... Y sé que eso está bien. Que puedo estar ahí mirando el horizonte envuelto por nubes que ensombrecen el crepúsculo, que puedo ir y venir tantas veces como quiera, pero que ni me adentraré en sus fauces cuando está tan bravo, ni construiré mi casa como carnada al alcance de sus garras. 

Lo seguiré mirando, lo seguiré amando, lo seguiré deseando y al mismo tiempo mantendré mi distancia, hasta que pase la tormenta y podamos disfrutar los dos: él del canto sin miedo de esta sirena. Yo, del vaivén amoroso de esas aguas que son fuente de vida, en calma.

2 comentarios:

  1. Hola Lilyan.

    Siento en el corazon lo que escribes y es muy cierta tu reflexion, el mar es tan cautivante, emocionante y divertido pero a veces hay que tomar caminos mas firmes aunque a veces lo firme no se nos haga tan atractivo.

    Pero me encanta el mar! aunque e convivido poco con el espero pronto poder hacerlo... solo temporal, no para quedarme en el jiji

    Un abrazo.

    Aracely,Mty

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  2. Hola pequeña apenas leí tú mail de ayer y me dejas con mil pensamientos muy dentro de mí, perdón si parecí fría en mi respuesta pero aún no sé que deicr por supuesto AQUI ESTOY.
    Leyendo nuevamente en este momento me viene ala mente un cuento que trataré brevemente de compartirte:"Piel de foca"
    En una playa vírgen y hermosa existían una colonia de felices focas ellas disfrutaban cualquier momento para asolearse, comer , nadar, convivir, en fin ser felices el secreto es que por las noches se convertían en hermosas mujeres que vivían en plenitud. Un día muy temprano sorpresivamente llegó un pesacador y alcanzó a ver ala última mujer que se convertía en foca y se sorprendió por su esplendorosa belleza, la foca no lo advirtió, pero al día siguiente, el pescador llegó y alcanzó a ver a la mujer y le prometió un vida llena de felicidad y esplendor pidiéndole que se fuera con él, la mujer se dejó deslumbrar y aceptó al llegar a la casa del pescador, él le pidió su piel de foca y la escondió, ella solo tuvo un pequeño instante de felicidad y además al verse desprotegida sin su piel de foca comenzó a llorar y a sufrir terminando por someterse al pescador hasta que un día tuvo un hijo que era mitad humano y mitad foca y se dió cuenta todo lo que había dejado atrás pues tenía el gran deseo de mostrárselo a su hijo y que él fuera tan feliz como ella lo fue, pero también se dió cuenta de que se dejó abatir por el pescador y que ella podía encontrar su piel y regresar al mar solo que ahora ya estaba su hijo, sin embargo habló con su hijo y le dijo la verdad tambien de que él era mitad hombre y mitad foca y decidió encontrar nuevamente su piel que no estaba tan escondida y regresó al mar el pescador la trató de detener pero ella decidió regresar a su mundo y ser feliz; con su hijo, convino en verse cuando él quisiera y compartirlo todo con él pues también pudo conocer el mundo de su madre en donde encontró amor y felicidad.
    Son mucho cariño para tí.

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