miércoles, 8 de octubre de 2008

Libélula en el laberinto

La vida es una especie de laberinto, en el cual

uno debe tratar de buscar la mejor salida,

la salida a la felicidad. Angie Silva

 

A los que corren en un laberinto,

 su misma velocidad los confunde.

Lucio Anneo Séneca


El camino se ve limpio, impecable. ¡Seguro éste es el correcto! Comienzas a dar pasos más largos, un poco apresurada por la emoción de haber encontrado la ruta. Es tanto el éxtasis que empiezas a anticiparte y gritas a los cuatro vientos: ahora que salga voy a correr con todas mis fuerzas hasta la fuente que seguro está ahí afuera, voy a refrescarme la cara y el cabello, voy a tirarme en la orilla a descansar, voy a… ¡Zoc! Soñar despierto suele ser un importante distractor. No viste el callejón sin salida; el camino estaba errado. Otra vez en cero.

Entrar al laberinto sonaba divertido… y, después de todo, no podía ser tan difícil. Pero lo que sí es seguro, es lo cansado que resulta. Hay caminos infinitos, muchos parecen seguros, muchos se ven luminosos a simple vista, muchos invitan a seguirlos… pero no todos, sólo los menos, llevan a la salida.

Cuando te topas una y otra vez con caminos cerrados, comienzas a sentir ansiedad, a sospechar que tal vez nunca lo logres, que tal vez te quedarás ahí, extraviada para siempre… y entonces tienes dos alternativas. O empiezas a correr desesperada para todos y ningún lado, dejándote atrapar por el pánico que nubla la mente. O te detienes unos minutos para escuchar tu interior, atiendes amorosa tu respiración, sientes como los latidos del corazón van disminuyendo el ritmo de su atrabancado galopar, y recobras poco a poco algo de paz que te permita volver a mirarte, volver a mirar tu entorno, reconocer en dónde te encuentras, observar con detenimiento las paredes que te rodean en busca de pistas, palpar el piso para encontrar tus propias huellas y reconstruir lo andado, y finalmente, ver cómo se abre ante tus ojos una vereda nueva, aún no recorrida, otro sendero posible hacia la dirección que persigues. 










Hoy te detuviste. Estás sentada, embelesada, admirando una libélula azul intenso, con alas transparentes y brillantes, frágiles como cristales, delicadamente delineadas con un diseño de hoja sin iluminar, y fuertes como músculos, como motores que permiten a esa hada pequeñita elevarse por los aires y mirar, desde alla arriba, el mundo con mayor claridad. La observas insistente, tratando de escucharla, sintiendo que te habla desde dentro de ti misma, haciéndote una con ella; te hipnotiza, te posee.  El zumbido omnipresente de esas alas invisibles, te aislan del ruido a tu alrededor y limpian el aire que respiras. Se eleva en un vuelo sedoso, y con ella se eleva tu mirada. Ves el laberinto desde lo alto y te das cuenta. Estás segura en él, no estás en mar abierto, no estás a la deriva, estás en casa. Abrazas desde ahí todos los caminos y te inunda entonces un sentimiento tenue y azul.

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