miércoles, 5 de noviembre de 2008

¡Felicidades vecinos!

Recuerdo cuando ganó George Bush su segundo mandato en el 2004. Ibamos en el carro escuchando las noticias, y cuando anunciaron su triunfo, se nos salieron las lágrimas de decepción, indignación y frustración. Mi Sabi nos miró asustada. "¿Por qué lloran?", preguntó. Fue un poco difícil explicarle a una niña de cuatro años las implicaciones del triunfo de los Republicanos en nuestro país vecino. Pero de nuestra explicación, lo que le quedó muy claro, es que Bush estaba a favor de la guerra en Irak, y que eso no nos gustaba nada -ni a ella tampoco-.

En esos días fue de llamar la atención un enorme movimiento que hubo en internet, en donde los estadounidenses que no habían votado por Bush, expresaban su decepción, y su vergüenza por los resultados de sus elecciones. ¡Se disculpaban con el mundo por ello! Y nos pedían recordar que no todas las personas en Estados Unidos votaron por Bush, que no todos estaban a favor de la guerra, que no todos estaban celebrando la reelección del Presidente Bush. Fue muy impresionante. Muchos de nosotros respondimos con mensajes solidarios. Fueron tiempos raros.

Anoche que escuchaba el discurso de la victoria de Barack Obama, también mis ojos se llenaron de lágrimas. Pero esta vez fueron lágrimas distintas, casi dulces. Mirar a un país cuya gente es capaz de recuperar la cordura, de recobrar el terreno que les había sido arrebatado por el miedo, de creer en los sueños que parecen imposibles; mirar al primer hombre afroamericano ganar la presidencia de el país más poderoso del mundo; mirar los rostros de personas emocionadas ante lo que veían en los ojos de Barack Obama como un futuro prometedor; sentir a través de la pantalla su esperanza, su fe, su convicción de que las cosas cambiarán. Fue muy emocionante. 

Me emocionó mucho también escuchar a Obama referirse a Michelle, su esposa, con el amor y el reconocimiento con que lo hizo; verlo como un hombre de carne y hueso, refiriéndose a su familia, y a la gente que conoció en su campaña, por nombres y apellidos, por historias de vida, me hizo verlo como un líder prometedor.

Ojalá que así sea. Y mientras tanto, de la misma forma en que hace cuatro años expresé mi decepción, hoy, aquí expreso mi reconocimiento y mis felicitaciones por este logro al pueblo estadounidense. Sin ser, ni de lejos, una experta en política internacional, los congratulo a ellos por lo que significa para su nación, y también manifiesto mi alegría por lo que puede significar para la nuestra, y para los mexicanos -y en general las minorías étnicas- que viven en nuestro país vecino. También, muy especialmente, por lo que puede implicar la llegada de Barack Obama para el estado de paz en el mundo.

Nota aparte:
No quiero dejar de mencionar los sentimientos encontrados de ayer en la noche. Las noticias iban de un tema a otro: el triunfo de Barack Obama -alegría-, y el accidente en donde falleció el Secretario de Gobernación de México, Juan Camilo Mouriño, y José Luis Santiago Vasconcelos, asesor en materia de seguridad y justicia penal del Gobierno de México -incertidumbre, desconcierto, miedo-. Y de nuevo, pensaba en ellos como seres humanos, no como políticos, y en sus familias, y en sus esposas, sus hijos. Y ¡claro!, en la inevitable especulación. ¿Será el costo de la lucha contra el narcotráfico? ¿Habrá sido en verdad sólo un accidente? Habrá que esperar los resultados de la investigación, pero con el clima de violencia, corrupción e impunidad en México, no es posible dejar de hacerse estas preguntas.

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