sábado, 20 de diciembre de 2008

Mamá extasiada en el concierto de Jonas Brothers

Esta noche tengo la garganta seca y la voz un poco ronca. Y es que acabo de llegar del concierto, en el Foro Sol, del popular grupo producción de Disney, Jonas Brothers. Fue un regalo para Sabina, quien estaba tan emocionada que no la reconocía. Yo había ido a muy pocos conciertos en mi vida: alguno de Pablo Milanés cuando estaba en la Universidad (quizás el que más recuerdo haber disfrutado), uno de Emanuel en esa misma época, uno de Michael Jackson en el Estadio Azteca (tan grande, que M.J. se veía como una miniatura, y sólo lo podíamos ver en la pantalla), uno de Joan Manuel Serrat que me encantó, y uno de Shakira hace algunos años. Pero nunca, nunca, había visto la entrega que atestigüé esta noche.

Lo primero que me llamó la atención fue que, aparentemente, ¡todas las niñas presentes --incluída Sabina--, se sabían las canciones en inglés! No sabía qué bilingües podíamos ser en México.  En seguida, me quedé absorta mirando las gradas arriba a mi izquierda, las más cercanas que teníamos. El noventa y cinco por ciento de los asistentes eran chavitas, que iban desde los 5 ó 6 años, hasta mujeres adultas. La gran mayoría en el rango de los 10 a los 15 años. Cantaban ¡con toda su fuerza! Vivían las canciones, las gozaban y las sufrían, lloraban y reían, ¡y gritaban! ¡Cómo gritaban! 50,000 vocecitas femeninas y agudas gritando a todo lo que daban. Todavía me siento un poco ensordecida.

Yo las miraba y pensaba, ¿qué les hace sentir así? ¿qué tienen los Jonas Brothers más allá de sus caras bonitas y un buen ritmo, para cimbrar de esa forma a estas niñas? ¿desde dónde se relacionan con ellos? Estudios sobre el tema aseguran que el fenómeno fan es positivo: tener un interés en común propicia la posibilidad de interactuar con otros como uno. Pero también hay implícito en esta obsesión en que pueden convertirse los artistas admirados, la necesidad de llenar un vacío de identidad, un vacío existencial. Por supuesto, esta es una condición natural de la adolescencia, que es el grupo de edad que disfruta con mayor intensidad un concierto gritando hasta desgarrarse el alma.

Ahora que, pensándolo bien, en el mar de personas que hacían la ola para amenizar el rato de espera antes del inicio del concierto, habíamos muchas mamás salpicadas. Difícilmente alguna permaneció con el ánimo intacto. La mayoría, terminamos contagiándonos de la intensidad con que nuestras hijas miraban, bailaban, cantaban las canciones de este grupo. 

Me quedo con la reflexión pues, de lo que despierta este grupo en las 50,000 jóvenes y niñas que llenaron hoy el Foro Sol. Y también con una espinita clavada en el corcho de pendientes de mi vida: yo nunca me supe todas las canciones de un grupo; nunca fui a un concierto tan grande como éste; nunca grité deshinibida para demostrar mi emoción ante la aparición de mi cantante favorito; nunca me atreví. ¡Pero nunca es tarde!

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