domingo, 17 de mayo de 2009

Amar limpia la mirada y el alma. ¿Qué importa a quién ames?


En mi mente flotan inumerables preguntas sin respuesta, incógnitas, misterios, indecisiones y hasta dudas existenciales secuelas de la adolescencia. Pero también hay otras, que a estas alturas tengo más que claras. Una de ellas, quizás de las más importantes, es que valoro y respeto a los seres humanos simple y llanamente porque existen, que me gusta la gente, y que es fascinante descubrir la individualidad de cada uno.

Mirar a alguien a los ojos e imaginar; oír su voz y sentir; escuchar lo que piensa y dejarse sorprender por los infinitos puntos de vista que pueden existir sobre cualquier cosa, dependiendo de quién la observe, la sienta, la interprete... esas acciones cotidianas me apasionan. Ese descubrir cada segundo y cada horizonte desde otros ojos, ese darme la oportunidad de mirar el mundo desde otra alma, es un milagro invaluable al alcance de mi mano.

Es por ello que me parece inconcebible juzgar a otros por ser diferentes a nosotros. Para empezar, todos somos diferentes. Y sobra decir que es justo en esas diferencias en donde está la riqueza de la vida. Y cuando del respeto a la diversidad sexual se refiere, esto cobra especial relevancia.

Nuestra sexualidad es el contacto que tenemos con la vida. Nos pone de este lado de la dualidad, del lado de Eros, aunque haya instantes en que coqueteemos con Tánatos mientras amamos. Reprimirla enferma, entristece, amarga la existencia. Vivirla con naturalidad, con alegría, con respeto a la pareja y a uno mismo, es decir, en plenitud, libera, sana y hace la vida mucho más luminosa. Y aunque se trata de un don inherente a los seres humanos, también es un don personalísimo, que sólo incumbe a cada uno de nosotros.

La orientación sexual es, así, un asunto de uno y sólo de uno. En la medida en que cada quien -hombres y mujeres de cualquier orientación sexual- vivamos nuestra sexualidad con respeto hacia uno mismo y hacia su pareja, con responsabilidad y verdad, nadie tendría por qué dar explicaciones a nadie. Así de simple.

Más allá del debate científico acerca de si la homosexualidad es aprendida o natural, quisiera cerrar con esto: no hace falta ser psiquiatra para saber que una persona con una sexualidad plena es un ser humano más sano y más feliz, que una con una sesxualidad reprimida. En este Día Mundial contra la Homofobia, te invito reflexionar sobre tu propia historia, a recordar cómo eres una mejor persona cuando vives tu sexualidad en plenitud. Te invito a recordar la mirada llena de paz, de amor y gratitud de la persona a la que amas, después de hacer el amor. Esa es la misma mirada de cualquier ser humano que es amado, sin importar su orientación sexual.

Un mundo lleno de seres humanos con esa mirada sería un mundo mucho mejor del que tenemos, ¿no te parece?

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