viernes, 5 de junio de 2009

Un ruido mejor que mi silencio


Ubica una gran metrópoli: edificios, avenidas en las que el paisaje son autos varados, gente estresada y vendedores ambulantes. Transporte público saturado; cielo gris o al menos algo opaco; algunos jardines y parques, sí, rodeados de alfombras infinitas de concreto. En las calles menos transitadas, esas privilegiadas que no son ejes viales de importancia estratégica, se tiene la ilusión de más calma. Excepto por una constante ineludible, la falta de silencio. Llegas a acostumbrarte. Yo, por ejemplo, a veces sólo escucho el trinar de las aves que viven en este rumbo. Hay muchísimas, aunque parezca increíble. En ocasiones, el trinar es tanto que me hace abrir los ojos antes que mi despertador. Pero el rumor que hay atrás, como fondo musical perenne, es el ruido urbano. Ese run run permanente del tráfico, las bocinas, los aviones, los escapes de las motocicletas a lo lejos, las sirenas de ambulancias o patrullas, el bullicio de voces en lugares concurridos. Y sí, yo sé que es de no creerse, pero a veces lo dejo de escuchar.

No en este momento. Hace unos minutos pasó frente a mi ventana, cinco pisos más abajo, un caminante. Se veía un poco encorvado. Llevaba colgando de una correa de cuero al hombro, un cilindro metálico que debe haber contenido la piedra o la rueda que usa para llevar a cabo su oficio. Caminaba a paso firme golpeando sus chairas entre sí. Se le veía decidido, avanzando con propósito, dejando una huella auditiva en su camino. Supe que estaba pasando porque rompió mi "silencio" con su "ruido". Pero fue un ruido hermoso, como de frágiles campanas.

Mi impulso fue correr a la ventana para ver el ruido. Y me encantó... fue una pausa como puente hacia otros tiempos. Fue un momento detenido en mis oídos, en mi vista, en todos los sentidos. Y luego se desvaneció en la lejanía, dejándome sumida en mi silencio urbano; fue en ese momento que lo percibí. Siguen ahí los trinos de los pájaros, pero ya no está el afilador con su melódico paseo... quedan ahora los motores, como chicharras mecánicas que nunca callarán.

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