martes, 7 de julio de 2009

Muriendo en público y tan solas.

Foto tomada de Ordago

Qué terriblemente dolorosa es la imagen que retrata el artículo de hoy en Las Tres y un cuarto. Niños de la calle inhalando, a escasos metros de nuestras principales oficinas de gobierno en la Ciudad de México. Y aquí, me uno a la protesta indignada e impotente ante una realidad que me rebasa.

El pasado domingo, día de elecciones, fui testigo unos segundos de una escena que también me impactó el alma. Paseaba con mi hijo de dos años por el centro de Coyoacán, y subí al kiosko lleno de niños dando marometas, riendo y gritando extasiados, persiguiendo a mi Renato que se dirigía hacia ellos como hipnotizado por el gozo y el juego.

Una vez arriba, noté dos siluetas contrastantes con el resto del paisaje familiar en este espacio tan pintoresco. Eran dos jóvenes, acostadas en el piso frío del kiosko, cubiertas por una cobija. Iban vestidas con jeans viejos una de ellas, con pants negros la otra. Ambas tenían facciones delicadas, cabello largo, negro; eran delgadas y espigadas, habrían podido verse hermosas y saludabes, excepto por la mirada. Su mirada estaba extraviada no puedo ni imaginarme dónde... en el vacío.

Tardé unos minutos en comprender. Una de ellas permanecía inmóvil mirando al techo. La otra, sentada a su lado, se llevaba la mano a la nariz constantemente... Sí, estaba inhalando alguna substancia de una bolsa de plástico en su mano. Estaba inhalando anestesia para la vida, estaba inhalando muerte.

A mi mente vino una frase que, hasta ese instante, no había cobrado sentido para mi en otros labios: qué desperdicio de vida. Siempre la había escuchado como una frase hecha, dicha desde una posición de superioridad y soberbia... así como diciendo, "yo sí sé aprovechar mi vida". Esta vez no... lo que sentí fue un dolor tremendo de pensar en lo valioso de tener una vida humana latiendo en el pecho, en el potencial que toda vida humana contiene en si misma, en el derecho a hacer de ese potencial una realidad que todos tenemos... en la juventud de esos cadáveres con vida -como sombies, literalmente-, dejándose morir de a poco cada instante.

Y luego, por supuesto, vinieron a mi mente otras imágenes. Las posibles causas de ese resultado que estaba ahí, ante mis ojos: pobreza, violencia, abuso sexual, abandono, desesperanza, miedo, dolor... ¿¡cuántas más!?

Los niños a su lado seguían riendo, gritando estridentemente, jugando, soñando. Mi hijo ni siquiera se dio cuenta de la existencia de estos dos seres sufriendo a su lado. El estaba ocupado, conquistando el ejercicio de subir y bajar las escaleras... como un imagen premonitoria de su futuro... Todos subimos y bajamos, tenemos vacas gordas y vacas flacas. Vivir es experimentar la paradoja de un continuo proceso de cambio... ¿Todos? ¿Será que también esas niñas han estado "arriba", han tenido "vacas gordas"? ¿Será que tendrán alguna posibilidad de cambio en el futuro...

Me fui del lugar con el alma hecha trizas, con mi hijo de la mano ignorante aún de todo, mirándome el dedo pulgar marcado por la tinta indeleble (que por cierto apenas es martes y ya se me borró) que le pusieron en la casilla cuando fui a votar... y preguntándome tantas cosas.

Las jóvenes se quedaron ahí, tal como habían estado cuando las vi por vez primera: una mirando al cielo raso del kiosko, la otra a un horizonte inexistente en su mirada. Sus manos, hechas un cucurucho, ocultándoles parte del rostro, como si con ello pudieran dejar de mirar su realidad inamovible... acurrucadas en ese rincón del mundo donde se sienten tal vez un poco menos asustadas: la inconciencia.

Y yo, con mi conciencia indignada mirándolas a lo lejos, sintiéndome impotente, adolorida, y asustada. ¿Cuánto pasará antes de que sea imposible no tropezar con estas realidades que deberían avergonzarnos a nosotros, los testigos mudos de su existencia. Nadie, en ese río de personas con ánimo festivo en Coyoacán, parecía advertir a estas jóvenes con el alma ya inerte en medio de la algarabía. ¿Tampoco las mirarán nuestros gobernantes de todos los colores?

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