martes, 20 de abril de 2010

La otra yo

Desnudo (Stella Artemis, tomado de su página en Facebook)

Realmente, nunca me imaginé que tener cuarenta se sentiría así... tan normal. No estoy segura de qué expectativa tenía, pero sonaba más importante, más fuerte y tal vez preocupante. Es verdad, hubo cosas muy puntuales que sucedieron a mis cuarenta. Por ejemplo, me diagnosticaron "vista cansada" y ahora ya no uso lentes para verme interesante cuando leo, como cuando era niña. Los uso, porque si no, ¡se me mueven las letritas!

También cambió mi metabolismo. Ahora debo cuidar más lo que como para mantenerme en forma. Por ello, comencé a hacer ejercicio y, para mi sorpresa, me gustó. Empecé a correr un día, y a los pocos meses ya había corrido tres carreras de 10 Kms. Ni yo me la creía. Luego, me empezaron a doler los talones y me diagnosticaron fascitis plantar (comunmente llamada "espolones"). Así que a veces, camino como pollo y ya no puedo correr... al menos, por ahora.

Por el lado bueno también pasaron cosas. Con esta década llegó discreta y sigilosa una exqisita sensación: la de sentirme bien de ser yo, así, tal como soy. Cada vez me veo menos perfecta, y cada vez me gusto más. Cada vez reconozco más mis carencias y limitaciones, y cada vez me puedo reír más de ellas o decidir que puedo remontarlas -¡y lo hago!

En este año alcancé varios de mis sueños, descarté otros que ya no me importaban y renové la lista de anhelos con aventuras nuevas para el alma. También encontré paz para los tiempos quietos y pasión para los tormentosos... (de que los hay, ¡siempre los hay!)

Algo de lo que más me gusta de tener cuarenta, es que a veces parezco dos personas. La de siempre, esa que se quedó estacionada como en los 24 y que se siente igual por dentro, y ésta, la de la edad real que abre los ojos para no dejar escapar lección alguna. Y esa dualidad extraña se ha vuelto una experiencia cálida y amable aquí, en mi pecho.

Ahí está la otra, la otra yo, la que me acompaña cada noche, la que me toma de la mano si un día tengo miedo, la que me abraza cuando me siento sola, la que se ríe conmigo a carcajadas por las cosquillas que le hace el viento, la que me alienta a no apenarme cuando lloro si leo algo que me toca las entrañas, la que se emociona igual que yo con los atardeceres... la que me toma la mano, entrelazada, para caminar con calma y sin pudor por este barrio.

Bienvenida, segunda yo. ¡Ya no te vayas!

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