miércoles, 7 de mayo de 2008

Nuestra soledad


Dice Marcela Serrano, en el prólogo a la antología de Cuentos de Mujeres Solas, que hay un mal entendido en lo que a la percepción de la soledad se refiere. Ella hace una crítica a algunos de los autores hombres de los cuentos de la antología, quienes asumen que la soledad de una mujer se define por la ausencia de un hombre en su vida, siendo que muchas mujeres que se sienten solas están casadas, y algunas incluso con hombres que las adoran.
En lo personal creo que este no es un asunto que concierna sólo a las mujeres. La soledad es una condición humana: "la vida es individual" decía la abuela de una amiga. Y es muy cierto. Pero quién de nosotros no la siente colectiva. ¿Recuerdas la sensación tan desgarradora de cuando te han dejado de amar? "Lo perdí..." solemos decir, como si alguna vez alguien pudiera pertenecernos. Que espejismo más cruel... La realidad es que estamos irremediablemente solos, especialmente si no nos tenemos a nosotros mismos.

Estoy sola de mí, no de ti.
Porque me he abandonado por perseguir tu amor;
porque he dejado de amarme para recuperarte;
porque mi compañía no me es suficiente;
porque mi capacidad de sentir el calor del sol,
se atrofió buscando el calor de tu piel;
porque el cielo claro no está ahí 
donde las lágrimas me nublan la mirada.

Se me perdió la sonrisa cuando te fuiste;
me quedé sola de mí, y necesito encontrarme.

Estoy sola de mí,
no sólo de tí.

¡Qué real se siente esto que es sólo un espejismo! Y eso que se trata sólo de desamor... sólo. Hoy me encontré con una historia verdaderamente triste... una que me hizo ver con crudeza la irremediable soledad humana:

"Dormido llena sus días y noches donde no hay nada excepto él mismo y su lucidez en fuga." (1)

¿No te cala el alma?, ¡Qué doloroso!, ¿no? La cita es del periodista Daniel de la Fuente, en un reportaje que hace sobre César Roberto Fierro Reyna, un mexicano a punto de ser ejecutado en Estados Unidos pese a que todo parece indicar que es inocente. El tema de la pena capital es muy polémico y no lo voy a analizar en esta entrada. Baste decir que oponerme a ella ha sido una de mis causas, por la mera posibilidad de un error que mate aunque sea a un inocente. Sin embargo, tenía mucho tiempo que no pensaba en esto. Y hoy, se me clavó en el alma cuando leí la historia de César Fierro.

Tiene 28 años encerrado sin que se le demuestre su culpabilidad. Le han aplazado la fecha de ejecución 17 veces, y al parecer ya se le terminaron las oportunidades de apelación. Esta vez la ejecución es inminente, y me siento tentada a decir que tal vez sea lo mejor después de todo... El hombre perdió ya la esperanza, la fe, la confianza en los demás, la memoria sobre cómo es vivir aquí afuera, y la cordura se le escapa de la mente varias veces en el día... La incertidumbre en la que ha vivido es inhumana. Me duele pensar en todo lo que ha pasado en mi vida los últimos veintiocho años, mientras para él estas décadas han sido como vivir en el limbo, en la nada, sin sentido. ¿Qué es la vida para él y muchos otros -especialmente los que están injustamente encarcelados, o los que están secuestrados, o los que viven prisioneros de su cuerpo por algún padecimiento que los mantiene en agonía durante años? 

¿Cómo es posible que nadie podamos hacer nada para aliviar esas existencias? Veía la foto de César Fierro en el periódico, y pensaba: ¿cuántas personas estaremos leyendo este artículo, conmovidas, acongojadas por el sufrimiento de este hombre? Y sin embargo, no podemos hacer nada para aliviar su soledad, su dolor. Lloré, y sé que de todas formas me olvidaré de él en unos días, cuando vuelva a comerme lo cotidiano, lo urgente...

Me recordó a la sensación que tuve cuando murió mi mamá... Una vez que pasó el shock, cuando el velorio terminó, cuando todos se fueron, el mundo siguió girando, la vida siguió su curso, pero yo me sentía como en pausa. Me costaba trabajo creer que el mundo seguía funcionando como si no hubiera pasado nada, como si ella no hiciera falta para ello... Y así es. Todo pasa, el tiempo sigue corriendo, sin detenerse a esperar a que nos caigan los veintes. Sentir con tanta intensidad algo y que los demás no lo sientan, te recuerda -de nuevo- que estás solo.

Y aquí está la paradoja: también eso es una ilusión. Porque al final, somos parte de un todo, totalmente interdependientes, y hasta que lo comprehendamos, no dejaremos de sentir ese vacío, esa opresión en el pecho, esa soledad. Si somos Uno, entonces no estamos solos. O, si lo estamos, somos nuestra propia compañía.

¿Qué me fumé?


(1) De la Fuente, Daniel. Condenados al patíbulo: una vida esperando el fin. Periódico Reforma, Sección Nacional, D.F.: 7 de mayo 2008, p. 19

Fotografía de Gabriela Bobadilla.

1 comentario:

  1. Hasta ahora leo que aludes mi trabajo en tu blog. Muchas gracias y un saludo, D

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