lunes, 15 de diciembre de 2008

Si no fuera yo

Foto de Associated Press

Y si yo no fuera yo, ¿de qué escribiría hoy? Tal vez escribiría de la final de sóccer de ayer, Toluca Vs. Cruz Azul. De lo emocionante que fueron los penalties con que terminó el duelo que tenía a medio México en suspenso. De que los asistentes a la fiesta en la que estaba ¡abandonamos el hermosísimo jardín tan lleno de sol para ir a ver los penales en la obscura y fría sala de la casa, divididas las porras con una pasión digna de los expectadores de un debate para las elecciones nacionales!

Platicaría que hasta yo me emocioné con ese mano a mano: uno metía gol, el otro también; el primero reviraba con éxito, el segundo volvía a empatar... ¡me dolía el estómago! Y es que, he de confesarlo, sí tenía una preferencia. Normalmente -la que sí soy yo-, me es totalmente indiferente quién juega y quién gana. No tengo idea de quién es el bueno, ni de las reglas del juego y de los campeonatos (que si los puntos, que si los juegos de ida y de vuelta, que si es fuera de lugar -ese fuera de lugar me parece un absoluto misterio). Pero esta vez, por razones totalmente ajenas a la cultura futobolísitca, le  iba al Toluca.

Y es que las razones futbolísitcas escapan a mi entendimiento. Cuando era niña, por ejemplo, le iba al América. ¿Los por qué? Uno, porque mi papá jugó en ese equipo cuando joven. Y el segundo, porque mi prima Martha decía que el portero, Selada, ¡era guapísimo!, y yo confiaba plenamente en su juicio a ese respecto.

El asunto es que este fin de semana, yo me decidí por el Toluca. ¡Y mi Sabina le iba al Cruz Azul!  Durante todos los penales me angustié como si me fuera la vida en ello. Pero al final, sentí tanta pena de ver perder al Cruz Azul... No me gustan nada los juegos donde tiene que haber un perdedor. 

¡Vaya! Al final, aún si hablo de fútbol, parece que no puedo dejar de ser yo.




1 comentario:

  1. Lilyán, para una mujer como tú no hay un tema imposible, toda cuestión la discierne tu mente y envuelves de ti los conceptos forjando una magia de letras valientes. Me alegra que hayas disfrutado la etapa final de ese encuentro. Yo sí estuve ante el televisor desde el silbatazo inicial hasta que mi hijo saltó de alegría y corrimos los dos a abrazarnos. Su regocijo fue el mío, saltamos como dos chapulines por toda la sala, él por la euforia de ver coronarse a su equipo y yo por la dicha de verlo tan grande, tan fuerte, tan apasionado. Recordé en esos saltos cuando siendo un niño de escasos cinco años lo inscribí en la liga de béisbol del IMSS en Mexicali. Le compré sus zapatos de spikes, un guante negro que juraba atrapar cada bola que cruzara en sus dominios y lo llevaba puntual a entrenar. Yo palmeaba, gritaba, daba voces de aliento: “¡Vamos, Alexis, batéale con fuerza!” “¡Atrapa esa bola!” “¡Corre, corre, corre!” Pero todo fue inútil, él acaba sentado jugando “tierrita” en el jardín central y yo regresaba a la casa con la garganta deshecha. Juntos repetimos esa escena innumerables ocasiones, “¡Ahora sí, m’hijo. Échele todas sus ganas!” “¡Vivo, vivo, lo quiero vivo!” Él bateaba y corría, pero lo mismo podía hacerlo rumbo a la primera base que rumbo a tercera. El béisbol le importaba un comino. Punto. Finalmente se enfrentó a mi anhelo de verlo en las ligas mayores y me dijo con ojos llorosos y una voz muy queda: “ «A mí no me gusta el béisbol»” “«¿Qué te gusta entonces?»” ― Le pregunté ya buscando recapitular deportes. “«¡A mi me gusta el futbol!»” Hasta entonces caí en cuenta que en todo ese tiempo mi adorado Alexis no había hecho otra cosa sino tomar la pelota de futbol y salir hacia el patio a botarla en la barda o jugar dominadas mientras su guante acumulaba telarañas. Afortunadamente eran los años dorados de los Diablos Rojos, el paraguayo Cardozo no dejaba de hacer goles y el chileno Estay de arrojarle servicios. Y digo afortunadamente porque no se trató del Ámerica. Para el Toluca de entonces ganar era cosa de cada partido; y obviamente Alexis se convirtió en “choricero”. Sólo le bastaba un primer gol para que inmediatamente mandara volando hacia el aire cualquier camiseta. Y así, a un poco más de dos mil kilómetros de Mexicali a Toluca tuve en casa a uno más de “La perra”. Los años pasaban y el Toluca continuaba en sus laureles, y mientras yo miraba solitario los juegos de Serie Mundial de las ligas mayores, Alexis festejaba cada copa con el mismo entusiasmo que si hubiesen conquistado un mundial de futbol. “Después me encargaré de hacerlo Puma” ― pensé serenado. Pero fue tanta la sarta de triunfos en La Bombonera que Alexis jamás aceptó consignarse en las filas felinas. Y ayer, Lilyán, este adepto de Pumas miraba a su “diablo” lanzarse a la par de Cristante a atajar cada tiro penal que azotaba las redes. Ayer Alexis cosechó alegría, después la ventura del juego dará placidez a otro equipo y a otros rostros. Por lo pronto festejemos que también a través de un deporte has podido impregnar con tu aroma y tus letras un texto exquisito donde compartes un instante de tu vida. Felicidades, Lilyán, tal como dijiste no puedes ni debes dejar de ser tú.

    Fausto Vonbonek.

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