viernes, 6 de febrero de 2009

Spaghetti y tus labios

Mis manos huelen a ajo y estoy pensando en ti. El filoso cuchillo rebana finamente cada diente, y en un dos por tres tengo en la tablita de picar un picadillo blanco y parejito que se siente atraído por el aceite de olivo que lo espera en el sartén, ya a punto de la ebullición, listo para recibirlo. Como yo, y tú que estamos lejos y listos para estar la una allá, el otro aquí. Los dientecitos cambian pronto de color, se tornan dorados y diluyen su exquisito aroma por todo el ambiente de este hogar tan cálido de amor. Se mete hasta en mi pensamiento de la misma forma que lo haces tú a cada minuto de mis días. Te imagino ahora, ajeno a mi ritual culinario, charlando, discutiendo, abrazando, riendo allá, muy lejos, y tan aquí, tan omnipresente en mi interior. Ahora son los champigones los que en un santiamén pierden la forma y se vuelven una montaña de escarpado paisaje y suavísima textura, como esas montañas que miran tus ojos esta tarde allá donde tú estás, pero con la suavidad de otras montañas menos altas, y a veces tan irremontables en la fría distancia. Y salta el aceite al contacto con la verdura que alegre cae sobre el sartén, inhundándome los sentidos con su ruido de ola que se aleja intensa, igual que nuestros cuerpos hechos olas que danzan entre sí, como el océano, yendo y viniendo, bailando un tango sincopado en una pista de dos por dos y horizontal. Y el rojo intenso del tomate que derrama el jugo y me invita a morderlo... pero resisto, segura de que la labor de mi cuchillo picador y el tiempo de cocción acentuarán el placer a la hora de comerlo. Lo pico finito y lo incorporo a los vegetales ya perfectamente sazonados, formando una espesa salsa de color y aroma invitantes, para coronar nuestra suculenta pasta para cenar... y vuelvo a pensar en ti.

Me siento a la mesa, contemplo el platón humeante y apetitioso, miro a los ojos a mi hija sonriente ante su plato, y suspiro profundo antes de tomar un sorbo de vino con sabor a tus labios. Sabina sonrié compasiva y exclama. ¡Gracias por la pasta mamita! ¿Te cansaste mucho?

Sonrío yo también y ambas atacamos nuestra cena plenamente satisfechas.

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