sábado, 4 de abril de 2009

Cita con la luna




"Con tu muerte se quebrantaron todos los cimientos.
No me atreví a buscar
porque no habría
un roble con tu sombra y tu medida
que me cubriera de la llaga de sol en mi verano".
Enriqueta Ochoa en
Retorno de Electra


¿Quién no ha tenido una cita con la luna? Cuando yo era niña, mi cita con ella era todas las noches a las 8 en punto. En realidad, no era con la luna. Ella era tan sólo una intermediaria entre mi mamá -que durante un tiempo tuvo que irse a vivir a Aguascalientes por su trabajo- y yo (que durante ese tiempo viví en casa en casa de mi papá en la Cd. de México). No faltaba a mi cita, porque en ese tiempo me sentí muy sola y la extrañaba horrores. Así que mirar la luna unos minutos y saber que ella, allá a lo lejos, estaba en lo mismo, me hacía sentir que estaba a mi lado. En ese tiempo -parecería que sobra decirlo pero a muchos bloggers les parece inconcebible-, no existía el internet ni los celulares que hoy día pueden acercarnos a nuestros seres amados que viven lejos. De manera que había que buscar maneras creativas y románticas para estar en contacto, más allá del teléfono que no era posible usar a diario para largas distancias. (Este párrafo sonó realmente del "barrio").

Y a propósito de cambios de horario (mañana domingo entra el horario de verano, adelanta tu reloj), hoy tengo un nuevo horario para mis citas con la luna. En esta ocasión, no sirve de intermediaria para nadie más. Mi mamá ya no necesita horario ni luna para estar conmigo, desde que murió habita de forma permanente en mi corazón. Hoy, mi cita con la luna es con la luna. Y en todo caso, podría decirse que me sirve de intermediaria para estar conmigo misma.

Descubrí mi gana por verme a solas con esa belleza blanca que adorna el cielo hace unos tres días en que, a las 2 de la mañana fui a servirme un vaso de agua y, al salir de la cocina distraída, tuve que pararme en seco y contener el aliento ante la hermosísima estampa que se veía desde mi ventana. Una luna creciente gigante, blanca aperlada, flotando apenas por encima de las luces más lejanas de la ciudad, en la montaña. Salí al balcón para mirarla sin vidrio de por medio y, tras unos instantes se obscureció su parte más baja. Pensé que una nube la estaría ocultando pero que en seguida saldría de nuevo. Y no, en realidad lo que estaba sucediendo era que la luna se estaba "poniendo". Sí, así como se pone el sol, detrás de las montañas del Valle de México que se alcanzan a ver desde mi departamento.

¡Qué espectáculo más maravilloso fue verla ocultarse de a poco en el horizonte! Apenas podía respirar despacito para no interrumpir a mi asombro. Verdaderamente hermoso. La vi hundirse en la montaña en unos cuantos minutos, tres cuando mucho, hasta que quedó la puntita superior de mi luna creciente haciéndome un guiño y diciéndome, "te veo mañana, a la misma hora."

Desde ese día, ¡no quiero dormirme antes de las 2 de la mañana! Quiero ver a mi luna y admirarla en silencio mientras planeta y satélite siguen su rumbo y me deleitan con un paisaje urbano que no había atestiguado nunca. Y esos veinte minutos en que la sonrisa lunar me alegra el alma, me miro también a mi misma, me siento, me escucho, y encuentro una enorme paz para meterme a la cama y dormirme feliz.

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